Esa complicada inmigración

Los flujos migratorios responden a la globalización laboral

ANÁLISIS: textos y documentos-

JESÚS MOTA 03/08/2008

Los movimientos migratorios no siempre se han visto como un problema económico o social, pero casi siempre han tropezado con la hostilidad de una parte de la población nativa, sea por racismo, sea porque se percibe a los inmigrantes como una amenaza laboral. Sería una ingenuidad -socrática, desde luego- suponer que esa hostilidad se debe fundamentalmente a la ignorancia de las causas y consecuencias del fenómeno. Pero también hay que contar con esa ignorancia. El desconocimiento suele estar teñido de una visceralidad tal que elimina de entrada cualquier posibilidad de entendimiento entre interlocutores políticos o incluso la capacidad para entender el fenómeno en toda su amplitud.

Guillermo de la Dehesa, ex secretario general de Comercio, ex secretario de Estado de Economía (al menos), se propone remediar ese desconocimiento. El plan para conseguirlo es metódico, aséptico y, hasta cierto punto, abrumador, puesto que pretende agotar todos los enfoques de la cuestión, incluso a costa de algunas repeticiones de ideas o conceptos que deberían haber sido editadas. El enfoque -ya se sabe que toda descripción socioeconómica necesita uno- consiste en entender la inmigración como un aspecto más de la globalización del trabajo. El enfoque es correcto, puesto que la globalización laboral se manifiesta indirectamente a través de los flujos de comercio o a través de las inversiones de capital. La versión más directa de esa globalización del trabajo es el flujo migratorio.

Después, el discurso planea sobre las grandes emigraciones históricas, incluida una comparación entre la oleada de 1850-1913, que movilizó al 8,5% de la población mundial, y la actual, que "tan sólo" ha movido hasta ahora el 3,5% de dicha población. Detrás de estas enormes corrientes migratorias laten causas distintas, que De la Dehesa detalla con cierta fruición. En el primer caso, los movimientos tenían por objeto ocupar ofertas inconmensurables de tierra vacía -modelo conquista del Oeste, pero aplicado también en África, Asia y Oceanía-, necesitada de cultivo. Hoy, la inmigración se mueve por la oferta laboral decreciente en los países de la OCDE, causada por el envejecimiento de la población y la baja tasa de fecundidad y, como es obvio, por las diferencias de renta entre países de emigración y de inmigración.

Pero hay otra causa que explica la facilidad con que se conciben los desplazamientos de inmigrantes: los precios relativamente bajos del transporte. Aunque las imágenes, con frecuencia trágicas, de pateras cruzando el Estrecho favorecen la sensación de traslados difíciles y peligrosos, conviene recordar que la abrumadora mayoría de inmigrantes utiliza medios de transporte convencionales. Sobre todo, el avión.

Tiene especial interés el capítulo sobre las remesas que envían los emigrantes a sus familias. Con demasiada frecuencia, la literatura sobre emigración se limita a describir o cuantificar los efectos de la llegada de extranjeros a las comunidades de prosperidad relativa más alta, pero se olvida el provecho directo que produce en el origen. La motivación de las remesas no está bien definida en el análisis sociológico o, mejor, antropológico, pero de los análisis que De la Dehesa transmite con puntillosidad de erudito de los papers parece que no se deben tanto al altruismo, que también, como a contratos intrafamiliares para compensar los gastos del viaje, considerados casi como una inversión.

Con la información y las explicaciones que facilita el autor, apenas se entiende que los países desarrollados, es decir, aquellos que ejercen un supuesto efecto llamada -otro cliché para justificar cualquier tropelía apenas encubiertamente racista- sobre los desempleados africanos, asiáticos o de Europa del Este, carecen no ya de políticas eficaces para encauzar e integrar la inmigración sino de una mínima coordinación para impedir que problemas asumibles se conviertan en un caos. Véase un ejemplo: después de los discursos nebulosos de Schengen, de las promesas de intercambio de información entre estados y de cientos de declaraciones altisonantes sobre el mercado laboral, resulta que a nadie se le ocurrió algo tan simple como que un inmigrante que llega a un país europeo puede circular libremente desde allí a todo el resto de Europa.

 

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