Homenaje a Barcelona
domingo, 7 de septiembre de 2008
Es todo un modelo de ciudad global. Supone un refugio pacífico para aquellos que buscan compartir con otros sus diferencias y posee también un espíritu que es mayor que la suma de sus partes
El Ayuntamiento de Barcelona ha puesto en marcha en 2008 el programa Diálogo Intercultural de Barcelona, coincidiendo con el Año Europeo del Diálogo Intercultural. El programa pretende promover iniciativas, acciones y debates que contribuyan a abordar los nuevos retos y a construir un proyecto urbano común. Se ha dicho que Barcelona es el brazo y el cerebro de España, mientras que Sevilla es su corazón. Pero se puede decir que Barcelona es también una ciudad a la medida humana, en la que existe un compromiso intelectual con el arte y la cultura. Cuando uno camina por las calles de Barcelona, sigue literalmente los pasos de gigantes como Salvador Dalí, Joan Miró, Antoni Gaudí, Isaac Albéniz y muchos otros. Ésta es una ciudad en la que ha habido un proceso permanente de aprendizaje a base de escuchar. Barcelona es una ciudad global con un ritmo cosmopolita. Lo que la hace tan especial es que es una ciudad que pertenece a todos porque no pertenece a nadie.
Barcelona es una ciudad que contiene todas las creencias y todas las culturas. Es una ciudad comprometida con un espíritu de la diversidad que le da su forma y su textura especial. Desde luego, son muy pocas las ciudades actuales que pueden exhibir tan intensamente su diversidad como un sentimiento de pertenencia y una forma de solidaridad entre las diferencias. Esta perspectiva transcultural da a una ciudad la oportunidad histórica de pluralizar su identidad.
Muchas ciudades consideran que la inmigración cuesta dinero a la Hacienda pública y diluye la cultura nacional. Pero en el caso de una ciudad como Barcelona, en la que desea vivir y trabajar gente de todo el mundo, la diversidad no sólo promueve la innovación, que, a su vez, impulsa el crecimiento económico, sino que también crea un sentimiento de comunidad que establece un equilibrio entre la promesa de libertad y una ética cosmopolita de apertura al otro. Este imaginario social cosmopolita tiene la firme ventaja de que reconoce los problemas del "derecho a una ciudad" y, al mismo tiempo, aborda la importante cuestión del "derecho de la ciudad".
Los que la escogen como propia sienten que comparten un horizonte común con Barcelona como ciudad cosmopolita. Ese derecho a unirse en Barcelona y a compartir su destino es el que da a la ciudad el derecho a ser distinta de todas las demás. La visión de Barcelona como "una unión de extraños" genera una dinámica poderosa porque da prioridad a la lógica de la solidaridad entre las diferencias.
Como consecuencia, debemos estar siempre atentos al hecho de que Barcelona, como horizonte común de diálogo entre extraños, es un gran lugar de aprendizaje para los representantes de distintas tradiciones religiosas y culturas étnicas. Lo más importante es que este espíritu de diálogo presente como auténtico cimiento de Barcelona es el que establece los criterios para el reconocimiento del otro en nosotros. El diálogo sólo puede ser fructífero entre personas que son distintas unas de otras y que respetan mutuamente sus diferencias. Por tanto, el diálogo como una facultad de comunicación que implica "hablar" y "escuchar" tiene la capacidad de contribuir a la supervivencia y el crecimiento de nuestra propia diferencia.
Lo que pide una cultura del diálogo no es sólo tolerar, sino afirmar las diferencias por sí mismas y como forma de facilitar un sentimiento de solidaridad y pertenencia común. Implica más que una mera filosofía de "vive y deja vivir". Parte de la premisa de que cada cultura y tradición sólo puede mantener su identidad en un contexto en el que hay una preocupación por la humanidad en general. Es decir, la diversidad sólo puede florecer en un espacio en el que hay un reconocimiento general de su valor.
Barcelona es una ciudad que encuentra su significado en la inclusión del otro, en su diferencia. Es ese derecho a seguir siendo otro el que da a Barcelona su derecho a reivindicar su posición como ciudad de interculturalidad. Como tal, es un espacio de cultura cívica cosmopolita, no a pesar de nuestras diferencias y divergencias, sino gracias a nuestras diferencias y divergencias.
En esta visión de Barcelona, es posible construir un valor común, una especie de coesencia e interrelación, que no pretende borrar las diferencias ni la heterogeneidad, porque los barceloneses muestran la capacidad de vivir juntos -con sus múltiples diversidades-, si no en amistad profunda, sí al menos con una profunda capacidad de inclusión y comprensión mutua. Para estar a la altura de la famosa cita de Einstein de que "una persona empieza a vivir cuando es capaz de vivir fuera de sí misma", hay que crear la conciencia de que el sentimiento de ser, ante todo, barcelonés, empieza ahí. Empieza en el esfuerzo incansable para comprender una ciudad plural como Barcelona, eliminando las causas y las condiciones que crean y perpetúan las polaridades de "nosotros" y "ellos".
Sólo el diálogo intercultural nos permitirá ser conscientes de que, a la larga, las culturas no son ni han sido nunca estructuras monolíticas, rígidas y estáticas. Ninguna cultura que no sea tolerante hacia otras culturas puede desarrollarse. Pero la tolerancia no basta: tan importante es el concepto de "responsabilidad" por otras culturas y por la propia. Si tolerancia significa no interferir en las formas de vivir o de pensar del otro, "responsabilidad" sugiere una reacción ante la "diferencia" del otro. Es cuidar del espacio que compartimos con otros, que precede y sucede a nuestras vidas pasajeras. Es una reacción permanente a nuestro vivir unidos. Para administrar esa relación, la ciudad necesita desentrañar y negociar las distintas identidades mediante el hallazgo de una lógica del hecho de vivir juntos que sirva de compromiso creativo entre diferentes comunidades.
Una ciudad no existe sólo como sujeto colectivo con una identidad y un interés estables. Una ciudad es un espacio para contactos capaces de reunir distintas identidades para formar una esfera pública. Y lo más importante es que una ética común de mutua comprensión cultiva un sentido común de pertenencia a una ciudad. Además, no hay una "ciudad cerrada civilizada" que proteja su identidad contra la influencia de otros. Sencillamente, porque una ciudad que teme otros espacios de identidad y no puede entablar diálogo con ellos no puede dialogar, en absoluto, con su propio pasado, presente y futuro. Por consiguiente, para conversar con otras ciudades y culturas, es preciso que una ciudad se abra a otros y, al mismo tiempo, entable un diálogo autocrítico consigo misma. Eso es lo que hace que Barcelona sea una ciudad diferente y una ciudad de diferencias. Su apertura a la pluralidad de opiniones y valores permite que sus ciudadanos se abran a una variedad mucho mayor de posibles valores comunes en el ámbito mundial. Es decir, Barcelona es una ciudad global porque representa un refugio pacífico para aquellos que buscan compartir sus diferencias con otros, pero también porque Barcelona posee un espíritu que es mayor que la suma de sus partes. Ése es el auténtico mensaje de diversidad que Barcelona ofrece a España, Europa y el mundo en el Año del Diálogo Intercultural.
Ramin Jahanbegloo, filósofo iraní, es catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de Toronto. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.