Regreso a Córdoba
jueves, 21 de octubre de 2010
En 1848, Karl Marx comenzaba su Manifiesto comunista con estas famosas palabras: "Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo". Hoy otro fantasma la recorre: el de la intolerancia. Una de las tareas fundamentales en la Europa de hoy es apoyar los esfuerzos para cultivar el espíritu de coexistencia dentro de las sociedades europeas.
Para muchos, y en especial para quienes recibieron una educación musulmana o judía, la ciudad de Córdoba es sinónimo del espíritu de coexistencia y diálogo entre pensadores de distintas tradiciones religiosas. Todo el mundo sabe que, en la Córdoba medieval, las tres confesiones abrahámicas convivían en relativa paz y armonía. Los musulmanes reconocían a judíos y cristianos como "pueblos del Libro" y, en general, les dejaban que practicasen su propia fe y sus costumbres. La tolerancia era un principio básico de la cultura andalusí, y los estudiosos musulmanes, judíos y cristianos tuvieron la posibilidad de desarrollar unos conocimientos comunes de teología, astronomía, matemáticas, filosofía, teoría social y leyes.
Los pensadores no musulmanes que visitaban España pudieron estudiar las obras de filósofos musulmanes y las versiones árabes de los clásicos griegos y traducirlas al latín. Santo Tomás de Aquino citaba las obras de Ibn Rushd (Averroes) e Ibn Sina (Avicena) y utilizó sus comentarios como modelo filosófico. Igual que Ibn Rushd, santo Tomás pensaba que la filosofía no era propiedad exclusiva de una tradición, una nación, una fe, y que el discurso racional podía vencer a la lógica fanática de la violencia.
En cuanto al rabino Moisés Maimónides, que también nació en Córdoba, tuvo, como Ibn Rushd, una cualidad filosófica y cultural fundamental: la capacidad de superar la intolerancia, la ignorancia y el odio. En su obra cumbre, Guía de perplejos, que está considerada como una piedra angular de la filosofía racional judía de la Edad Media, Maimónides destacaba la importancia y la influencia de la filosofía musulmana en su sistema de pensamiento y rechazaba el punto de vista de los teólogos que opinaban que las cosas que sucedían en el mundo eran consecuencia de la intervención directa de Dios. Él decía que "es preciso buscar la verdad venga de donde venga".
Ibn Rushd y el rabino Maimónides no tuvieron miedo de desafiar las opiniones de la época y aspiraron a construir una sociedad que valorase la libertad religiosa y el debate filosófico abierto. Esa es la importancia de lo que podría llamarse "paradigma de Córdoba" como modelo social aceptado universalmente de experiencia intercultural y como esfera pública en la que los judíos, cristianos y musulmanes europeos lograron vivir, traba
-jar y estudiar juntos y fomentar una cultura de tolerancia. Al hablar de ese paradigma estamos refiriéndonos a la interacción y el debate intercultural entre los tres grupos y a un foro cívico común en el que unos valores diferentes pudieron coexistir independientemente de sus orígenes étnicos y religiosos.
Este proceso de comprensión mutua era un proceso de escuchar al otro y aprender de él, y esa concepción del mutuo aprendizaje está muy unida a las vidas de las personas y las comunidades culturales en la Córdoba medieval. Los momentos fluidos de creación artística y filosófica y de diálogo intercultural y el vínculo nacido de una nueva indagación moral conjunta contra el prejuicio y el fanatismo destructivos de la época fueron posibles gracias a la dinámica integradora generada por los espacios de confianza y solidaridad.
El paradigma de Córdoba es un modelo de reconciliación y colaboración entre unos europeos de distintas comunidades religiosas que contribuyeron a recomendar y, sobre todo, estimular el aprendizaje entre culturas.
La lección para la Europa actual está clara. Si los europeos desean combatir todas las formas de xenofobia, discriminación y exclusión social, el paradigma de Córdoba, que puede interpretarse como una celebración de la diversidad cultural y religiosa, debe servir de modelo, fuente de inspiración y ejemplo.
Un modelo que, ante las crisis que Europa afronta hoy, nos recuerda que el verdadero diálogo entre diferentes comunidades étnicas y religiosas implica un proceso de internalización del "otro", es decir, el mecanismo que nos permita hacer nuestros los rasgos culturales ajenos. Dicho de otra forma, debemos preguntarnos hasta qué punto y de qué forma la dinámica social y política de la Europa actual puede configurar la naturaleza del intercambio cultural.
Si el paradigma de Córdoba sigue siendo tan relevante es porque todavía nos ofrece unas líneas maestras utilísimas para impulsar el proceso de adaptación y aceptación mutua en Europa. Hoy, la pregunta fundamental que deben responder Europa y los europeos es cómo superar su miedo al islam y promover el modelo cordobés en vez de la lógica de la reconquista española de hace seis siglos. Por supuesto, a esa pregunta le sigue otra: cuál es la mejor forma de que Europa y los europeos comprendan y acepten sus orígenes islámicos, mientras que los musulmanes de Europa deben revisar su percepción del islam como una religión que no es europea.
La discusión sobre la identidad europea y sobre el papel pacífico y positivo de los musulmanes en el futuro moral y político de Europa está relacionada, en parte, con la necesidad de conocer mejor las experiencias pluralistas y de diálogo en la historia europea. Y el lugar en el que se experimentó la pluralidad como un valor superior en Europa fue la ciudad de Córdoba.
En la actualidad, no son muchos los europeos que tienen una memoria cultural de la coexistencia pacífica del islam y Occidente en Córdoba. A excepción de quienes viven en España, los demás europeos, desvinculados de su historia, se han acostumbrado de tal forma a la imagen del islam como una religión de violencia y conquista que tienden a ignorar las repercusiones de la experiencia no violenta de Córdoba y su práctica del pluralismo cultural. Sin embargo, en parte por los procesos simultáneos de unificación europea y globalización, la dinámica del contacto entre Europa y el islam ha reabierto los viejos debates sobre la crisis de identidad europea.
La Europa del siglo XXI posee una diversidad indiscutible, pero las controversias a raíz de que Suiza decidiera prohibir la construcción de minaretes y los encendidos debates sobre el burka en Francia son ejemplos de las dificultades existentes. Esos enfrentamientos solo sirven de altavoz para las opiniones más intolerantes y excluyentes, que retratan al otro como el enemigo supremo.
Por eso, la pregunta que surge es: ¿puede superar Europa su actitud intolerante y negativa respecto al islam? Y la segunda, más importante aún: ¿pueden olvidarse los musulmanes europeos de su obsesión por buscar culpables y encauzar las energías positivas de sus comunidades hacia un nuevo espíritu de conversación intercultural y cooperación interconfesional en Europa?
Más allá de una historia compartida de violencia y sufrimiento, la relación de Europa con el islam es la de una experiencia única de coexistencia social y empatía cultural. Ha llegado la hora de regresar a Córdoba y reactivar esa experiencia.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
Ramin Jahanbegloo, filósofo iraní, es catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de Toronto.
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